Comodidad y facultad by Beatriz Valdez
¿Te asusta postularte en facultades lejos de casa? Entonces, lee esto.
Piensa en los paisajes, los aromas y los rostros familiares de tu comunidad. ¿Podrías vivir sin ellos? ¿Te imaginas emprender un viaje en el que una institución te ofrezca gloria, pero tengas que sacrificar los paisajes, los aromas y los rostros familiares a los que estás acostumbrado desde pequeño? Y, principalmente, ¿tus padres lo permitirían?
Comencé a preguntarme esto después de reunirme con unos consejeros de la escuela secundaria que querían cambiar la percepción de los padres sobre el hecho de que sus hijos abandonen el nido para ir a la facultad. Y es una realidad. Conozco a varias personas que limitaron sus aspiraciones educativas porque sus padres se negaron a que dejen la ciudad, ni hablar del estado, para ir a la facultad. Asimismo, conocí a varios estudiantes que por temor a dejar su comunidad, nunca se postularon a facultades que estuvieran a más de 50 millas (80 km) de su hogar. Y ahora que lo pienso, yo era uno de ellos.
La vieja y querida autopista 34; un largo camino que conecta muchos de los aletargados pueblos rurales de las llanuras del noreste de Colorado. Esta autopista conectaba mi ciudad y mi alma máter en solo 45 minutos. Esta ruta fue la que me permitió llevar una vida cómoda en la facultad cerca de casa, de manera que, si comenzaba a extrañar en mi departamento, podía correr a casa y comer deliciosos platos mexicanos o estar un rato con mis hermanos. Mi vida estaba bien, pero me sentía encerrada. Estaba inmersa en este estado, y mi visión no iba más allá. Mi mente no estaba al tanto de los problemas que ocurrían en otras partes del mundo.
“¿Y, mijita… tú crees que te va gustar Boston? ¿No te vas a sentir solita? ¿Sabes cocinar?”. Mi mamá me atormentó con estas preguntas mientras empacaba para ir a Boston a obtener el título. Sabía que estaba emocionada por mí, pero en el fondo, sabía que deseaba poder haberme dicho que no. “Madre, voy a estar bien, ¿okay? Mira, un año pasa rapidísimo. Estaré aquí antes de que me empieces a extrañar”. Mientras tranquilizaba a mi madre, no podía evitar sentirme muy triste. Estaba tan cómoda en mi hogar, nada me molestaba y conocía bien el lugar. ¿Por qué cambiar las cosas?
Obviamente, en Boston me sentí molesta, alterada y asustada. Llegué como una pueblerina que se impresionaba con facilidad con todo lo que veía y escuchaba de la gran ciudad (Oh, ¿entonces los taxis no existían solo en las películas?). Conocí personas de diferentes orígenes y, lo más importante, logré lo que me había propuesto: obtener el título… a expensas de sacrificar los paisajes, aromas y rostros familiares de mi comunidad en la pequeña y polvorienta Colorado, pero también conocí gente nueva.
Recuerdo haber ido a mi cafetería favorita en la plaza Inman 1369 y pedir lo de siempre. Sentí el aroma familiar del café vietnamita salir del vaso descartable. Conduje hasta lo de mi mecánico preferido en Watertown. Me dijo: “Querida, ¿qué puedo hacer ti?”. Luego conduje hasta mi lugar favorito en Cambridge: Memorial Drive. Mientras iba a mi departamento, no podía evitar sentirme como en casa; se ha vuelto familiar y cómodo.
Lo que quiero decir es: intenta olvidar los paisajes, los aromas y los rostros familiares de tu comunidad. Sí, son acogedores y conocidos, pero la facultad es una oportunidad de construir tu propio camino, crear tus propias comodidades y encontrar a tus propios conocidos.